Ningún tratamiento médico ha podido superar a la intervención quirúrgica, por lo que éste queda relegado a los casos en que ésta no sea posible o sea rechazada por el paciente.

  

     Fluoruro de sodio.

   Las investigaciones bioquímicas de la enfermedad han permitido concebir la posibilidad de tratamiento médico mediante fluoruro de sodio. Este se incorpora al hueso y los cristales de fluorapatita que se forman, son resistentes a la reabsorción ósea encimática osteoclástica. Tiene una actividad directa antitripsina, observándose con su administración:

   Un descenso en la tasa de este enzima y de los otros enzimas acompañantes.

   -  Un incremento en la formación de hueso nuevo, recalcificándose los focos que pasan de formas activas a inactivas.

   Un aumento de la relación Ca/P, reduciéndose la reabsorción ósea, haciendo que el foco se vuelva maduro e inactivo.

   Todo esto se traduce clínicamente en un freno de la progresiva laberintización en la mayoría de los casos.

   En 1954 G.E. Shambaugh, basándose en la utilización del fluoruro de sodio en la caries dental y en la osteoporosis, tuvo la idea de que la otosclerosis podría beneficiarse también con este tratamiento médico. Tras estudios de experimentación animal observó como el fluoruro de sodio favorece la fijación de calcio a nivel de los focos otoespongiósicos.

   Epidemiológicamente se han hecho múltiples estudios al respecto, concluyendo en la existencia de una menor incidencia de la enfermedad entre los habitantes de áreas con aguas bien fluoradas, al compararlos con los de otras áreas de aguas pobres en flúor. El más conocido fue el realizado entre los habitantes de Zurich, aguas pobres en flúor, y los de Chicago, aguas ricas en flúor, observándose estadísticamente como en Zurich es 4'5 veces más frecuente la enfermedad que en Chicago. Estos estudios han concluido que la fluoración de las aguas mejora el curso natural de la enfermedad.

 

Para seguir visualizando este capítulo descargar tema completo